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martes, 27 de julio de 2010

Mi acto de leer

(1) Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en mi primer acto de leer es en mi antiguo hogar, la que considero mi casa de toda la vida aunque tengo más años viviendo en la actual. En ese lugar es donde veo el mundo de mis primeras lecturas. Techos interminables, pasillos eternos, pisos de maderas rotas, cuartos conectados entre sí. Fue en esa casa, con un pequeño patio de cemento, donde comencé a leer y donde comenzó a actuar mi imaginación. Tantas travesuras proyecté escondida entre gigantes sillones de color marrón y fue envuelta en un contexto lleno de preguntas donde comencé a crecer.

Un contexto repleto de charlas a escondidas entre los grandes pensando que yo no escuchaba, en un lugar con olor a comida casera, con ruidos a silla de hamacar cuando mi abuela tejía y con leve olor a cigarrillo fumado a escondidas por mi abuelo. En ese contexto donde mi mamá trabajaba más de lo que yo quería, crecí y tengo los mejores recuerdos de mi infancia.

En Dolores, mi pueblo, aprendí a hablar, a caminar, a cosechar amigos, a enamorarme y a golpearme contra la pared cada vez que el destino lo vio necesario.

El acto de compartir lo aprendí en el jardín de infantes y en ese lugar mágico lleno de diversiones y entretenimientos conocí a muchos de los que hoy continúan siendo mis amigos. Pero creo que en la institución llamada escuela, fue donde comencé a alfabetizarme pero desde una visión desarrollista, en cuanto a aprendizaje de la lectura y escritura del texto solamente. Para ese entonces, aún se usaban los bancos al antiguo estilo Sarmiento, pegados unos con otros para dejarnos correctamente quietos, con el lugar para el tintero que hace años no se usaba y ordenados perfectamente de menor a mayor, para que la maestra nos pudiera tener a todos muy bien controlados. Podría decir que en los primeros años de esa institución, entendí mejor lo que era no hablar cuando yo lo creía necesario y respetar a esa señorita tan pura que hacía contraste con el pizarrón negro.

Hoy sigo recorriendo mi barrio, esa manzana de la casa donde gaste las veredas una vez que aprendí a andar en bici, ese mismo barrio que me vio sentarme en la puerta una y otra vez esperando algo inesperado. En ese barrio donde no permitía que mis amigos jueguen al Rin raje por respeto a mis vecinos, hoy en ese mismo lugar sigo experimentado esa nostalgia de veredas aún sin arreglar y de paredes derrumbadas. Aunque la casa sólo quedo en los recuerdos de mi mundo del pasado, es en ese lugar donde guardo las lecturas más valiosas que adquirí para la vida. Cada vez que lo recuerdo vuelvo a ser la niña de ayer.

(1) Inspirado en “La importancia del acto de leer”, de Paulo Freire.

Llenando recipientes vacíos

“Another brick in the wall”
“Otro ladrillo en el muro” Parte II
Pink Floyd (1)

Cuando crecíamos e íbamos a la escuela, había ciertos maestros que lastimaban a los chicos de la forma en que podían, derramando su escarnio por cualquier cosa que hiciéramos, exponiendo cada debilidad, aunque estuvieran bien ocultas por los chicos.
Pero en este pueblo era bien sabido que cuando ellos llegaban de noche a casa, sus gordas y psicópatas esposas los maltrataban casi hasta quitarles la vida.


No necesitamos ninguna educaciónNo necesitamos que controlen nuestros pensamientosNi sarcasmo oscuro en el salón de clasesProfesores dejen a los niños en paz¡Hey! ¡Profesores! ¡Dejen a los niños en paz!En conjunto es solo, otro ladrillo en el muro.En conjunto solo eres, otro ladrillo en el muro.
No necesitamos ninguna educaciónNo necesitamos que controlen nuestros pensamientosNi sarcasmo oscuro en el salón de clasesProfesores dejen a los niños en paz¡Hey! ¡Profesores! ¡Dejen a los niños en paz!En conjunto es solo, otro ladrillo en el muro.En conjunto solo eres, otro ladrillo en el muro.
"¡Incorrecto, hágalo otra vez!""Si no te comes tu carne, no podrás comer pudín. "¿Como puedescomer tu pudín si no te comes tu carne?""¡Tu!" "¡Sí, tu detrás de las vertientes de la bici, párate derecho señora!"




En el video de Pink Floyd, se puede ver como los maestros imponen reglas a sus alumnos y no dejan que esos chicos hagan lo que sienten, como por ejemplo escribir un poema. Son tratados como un número y educados como máquinas que tienen que salir “perfectos” de la institución escolar, uno igual a otro. Ellos pretenden controlar sus pensamientos a través de la educación.

Este tipo de maestro no se prealimenta, no trabajan con cosas que van adquiriendo del universo vocabular de sus alumnos y sus clases no están alimentadas de lo que van viendo en el día a día, sino de ese modelo hegemónico que intentan imponer. No van a reconocer a los educandos como tales, no les dan una igualdad y por lo tanto no se los valora.
Paulo Freire menciona que la tarea de este tipo de educador “…es llenar a los educandos con los contenidos de su narración. Contenidos que sólo son retazos de la realidad, desvinculados de la totalidad en que se engendran y en cuyo contexto adquieren sentido. En estas disertaciones la palabra se vacía de la dimensión concreta que debería poseer y se transforma en una palabra hueca…” (2)
Los maestros que se observan en el video, pretenden cargar a sus alumnos de contenidos como fuere, sin importarles si sus métodos de enseñanzas son los adecuados. Hacen que se aprendan los contenidos de memoria, repitiendo todos juntos una formula matemática, intentando llenar a esos chicos de una narración sin sentido y totalmente vacía. De esta manera, la educación pasa a ser una circunstancia para instalar contenido, donde los educadores sólo depositan en el educando.
Freire dice que “en vez de comunicarse, el educador hace comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan y repiten. Tal es la concepción “bancaria” de la educación, en que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es el de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos” (3).



Estos supuestos educadores, piensan que ellos mismos poseen la educación y que sus alumnos son los ignorantes a los que tienen que llenar como “recipientes vacíos”. No consideran a la educación como un proceso de búsqueda, de un encuentro con el otro, porque siempre los que saben van a ser ellos, depositando en los que no saben su saber sólo como una experiencia que transfieren.

El tipo de educación que vemos en el video, la podemos denominar “bancaria”, ya que como menciona Freire, sólo lo ven como “el acto de depositar, de transferir, de transmitir valores y conocimientos…” (4)

En la educación que se observa en el video, no se da existencia a la comunicación y al conocimiento, porque los educandos no son citados a conocer sino que sólo los hacen memorizar el contenido que los maestros narran. El educador lo que hace es llenar a los educandos de un falso saber que les imponen. Lo que no hacen es entablar una educación problematizadora como menciona Freire, donde “los educandos van desarrollando su poder de captación y de comprensión del mundo que, en sus relaciones con él, se les presenta no ya como una realidad estática sino como una realidad en transformación, en proceso” (5).


(1) Video de la canción http://www.youtube.com/watch?v=E3_NuWb9r2A
(2) Freire, Paulo. “Pedagogía del oprimido” – 3ª ed. 2ª reimp.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010. Página 71
(3) Ídem 2. Página 72
(4) Ídem 2. Página 73
(5) Ídem 2. Página 89

Construyendo el camino a la libertad


“Escritores de la libertad” (1) está basada en una historia real sobre la maestra Erin Gruwell (Hilary Swank), cuya primera asignación como docente es en una escuela de Los Ángeles, con un variado grupo integrado por adolescentes de diferentes clases raciales y sociales, a quienes supuestamente era imposible enseñar. En esa zona sin ley de una escuela destrozada por la violencia entre pandillas y la tensión racial, la maestra lucha contra el sistema educativo que no le brinda contención alguna, para hacer que la escuela cobre importancia en la vida de sus alumnos. Ella intenta interesarlos cada día, logrando cambiar su intolerancia por comunicación.

Erin Gruwell en el primer acercamiento que tiene con la institución, le muestra a Margaret Campbell, la jefa de ese departamento escolar, su plan de clases. Ésta se lo rechaza diciéndole que lo va a tener que modificar, porque por ejemplo el libro que la maestra quiere darle a sus alumnos, “La Odisea” de Homero, es muy difícil de entender para los chicos que va a tener a cargo.
Sin importarle lo que le dijeron los directivos, la profesora en la primera clase comienza hablando de ese libro y busca la manera de que sus alumnos se interesen en determinadas lecturas.
Erin está convencida desde el primer momento que si hace bien su trabajo, los alumnos continuarán sus estudios. Pero los directivos como los otros profesores que integran esa institución, le dicen que eso va a ser imposible porque “esa clase de chicos” siempre abandonan sus estudios. Al mismo tiempo, este tipo de profesores no hacen nada para incentivar a los alumnos a que continúen estudiando y que comiencen a interesarse cada día un poco más.

El aula 203 de la profesora Gruwell se encuentra totalmente dividida por jóvenes de diferentes clases raciales, que concurren a la escuela como una pausa fugaz entre las guerras étnicas en las que están inmersos y sus vidas criminales.
Erin empieza por conocer el mundo cultural de sus alumnos, para luego poder trabajar con ellos. Con buenas ideas pedagógicas, encontró el modo de interesar a sus estudiantes en las clases, para hacerlos apreciar la educación que recibían.



La maestra va construyendo la verdadera transformación con cada uno de sus alumnos. Como menciona Paulo Freire “…el ser menos conduce a los oprimidos, tarde o temprano, a luchar contra quien los minimizó…los oprimidos ni se transforman en opresores de los opresores sino en restauradores de la humanidad de ambos. Ahí radica la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos: liberarse a sí mismos y liberar a los opresores” (2). Erin produce que sus estudiantes comiencen a luchar contra ese modelo educativo hegemónico que los tenía oprimidos, que no los dejaba crecer, que los creía inferiores y se lo demostraba constantemente. Les recalca que se puede pelear por lo que se desea y sus alumnos la ayudan a ella a darse cuenta de lo mismo.

Los educandos temían de alguna manera dejar de ser oprimidos, por miedo a no poder asumir esa libertad que les estaba dejando ver su profesora. Libertad que nunca fue imaginada por ellos, que nunca se les permitió soñar. Libertad de poder expresarse sin temor a nada ni a nadie, a poder dialogar con el otro sin armas de por medio, sin agresiones ni insultos. Freire menciona que “este miedo a la libertad también se instaura en los opresores, pero, como es obvio, de manera diferente. En los oprimidos el miedo a la libertad es el miedo de asumirla. En los opresores, es el miedo de perder la “libertad” de oprimir” (3).

A cada joven desde sus comienzos en esa institución, se les fue diciendo que no a muchas cosas que estaban en todo su derecho de adquirir, como no poder acceder a los libros de la biblioteca de la escuela por miedo a que los rompan, o que en el plan de clases no se les permita dar determinados temas porque los chicos no lo iban a poder comprender, o afirmar que todos iban a abandonar sus estudios y que no iban a llegar a graduarse.
Los oprimidos luego de escuchar tantas veces que no pueden lograr, que son incapaces, que es inútil enseñarles, que tienen una vida perdida, comienzan a “auto desvalorizarse”. Como señala Freire, los oprimidos terminan desvalorizándose, ya que producen la visión que de ellos tienen los opresores. “Hablan de sí mismos como los que no saben y del profesional como quien sabe y a quien deben escuchar” (4).



Erin, con sus alumnos, logró romper con ese mecanismo de que el educador es sólo el que educa, para que se transforme en aquel que también “es educado a través del diálogo con el educando, quien, al ser educado, también educa” (5).

Los chicos del aula 203, con la gran ayuda de su profesora, comienzan a descubrir la opresión que en ellos ejercía las autoridades de la escuela y todos los que en algún momento le dijeron que no, para luego empezar a comprometerse con su transformación. Luego de haber sido “reducidos al estado de objetos” (6), ellos mismos se van a reconocer como “hombres destruidos” (7), para intentar dejar atrás todos esos prejuicios que no les permitía poder ver más allá, para emprender el camino a la liberación.


(1) Trailer del film
http://www.youtube.com/watch?v=dCymgLz_w3w&feature=related
(2) Freire, Paulo. “Pedagogía del oprimido” – 3ª ed. 2ª reimp.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010. Página 37
(3) Ídem 2. Página 40
(4) Ídem 2. Página 60
(5) Ídem 2. Página 85
(6) Ídem 2. Página 66
(7) Ídem 2. Página 67