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martes, 27 de julio de 2010

La práctica de campo: un proceso enriquecedor

Releyendo mi cuaderno de bitácoras, pude ver que fui atravesando diferentes etapas a lo largo del proceso (1). Al principio observaba mucho a cada uno, cada gesto, cada seña, cada mirada cómplice, preocupándome demasiado en la imagen que les otorgábamos nosotros a ellos. En realidad no se bien porqué me detenía en esas cosas, simplemente creo que cuando uno llega a un lugar nuevo, espera saber cómo lo ve el otro y seguramente a ellos les pasaba lo mismo con respecto a nosotros.

A medida que transcurrían las prácticas, esos otros, ese aula, cada uno de esas personas fueron las que me ayudaron a soltarme un poco más, para terminar siendo yo misma dentro de ese lugar desconocido. Al ser yo misma pude entablar diferentes relaciones con cada uno de ellos y comenzar a conocernos entre todos y sentirme de alguna manera parte de ese lugar sin dejar de existir ese “nosotros” en relación a “ellos”. Estás divergencias fueron utilizadas para crear nuevas sentidos a lo largo del proceso.

Comencé a esperar con más ansias los días jueves, sólo porque teníamos la práctica. Además los mismos chicos nos esperaban para ver que “cosa” nueva íbamos a hacer. También creo que me fui entusiasmando cada vez más porque note cambios en la manera en que ellos se engancharon, en cómo se fueron soltando todos (algunos más rápido que otros), en cómo nos uníamos para hacer un determinado juego o cómo nos escuchábamos y a medida que iban surgiendo diferentes cosas en cada uno, los demás se interesaban.

No se si me modificó en si éste encuentro con el otro, pero me ayudo a conocer a personas que tienen realidades tan diferentes como iguales a las mías. Me ayudo seguramente también a pensar en el mundo cultural de cada uno. A saber que nuestras experiencias no son las mismas aunque vivamos a metros de distancia. A replantearme que tuvieron que pasar por cosas que en ningún momento imaginé pasar y sin embargo mañana me pueden ocurrir a mí.

Hacer el proceso de las diferentes prácticas me ayudo a pensar y planear cada una de las actividades pensando en los otros y no tanto en mí misma. Pensando en lo que les gustaría hacer, en lo que precisan escuchar de nosotros, en lo que no pueden expresar, en lo que necesitan contar, en lo que prefieren guardar o en lo que no les permite hablar.

Igualmente esto lo veo como un proceso el cual todavía no concluyó, sólo por el hecho de que me quedaron algunas asignaturas pendientes con ellos y eso no me lo permitiría. Me gustaría seguir trabajando y buscarle el modo de hacer diferentes actividades que no se pudieron concretar por el poco tiempo que tuvimos en la práctica de campo.

Me surgieron diferentes sensaciones a lo largo del proceso y creo que en la práctica final me di cuenta que las actividades no sólo nos estaba ayudando a generar encuentros, lazos en el grupo y hacerles notar que no son tan diferentes como se creen, sino que también me ayudo a mí misma a redescubrirme a través de ellos.

(1) La práctica de campo fue efectuada en una escuela para adultos de la ciudad de La Plata, para la materia Comunicación y Educación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

Una historia de vida

“Quién quiere ser millonario” (Slumdog millionaire) (1)

Jamal Malik, un joven huérfano que vive en los suburbios de la ciudad de Bombay, decide presentarse a la versión india del concurso: "¿Quién quiere ser millonario?". Ante la sorpresa de todos, Jamal responde correctamente a cada una de las preguntas. ¿Cómo es posible que un chico como él sea capaz de conocer todas las respuestas? Cuando Jamal está a punto de responder a la última pregunta, la que le hará ganar 20 millones de rupias, la policía lo detiene y se lo lleva para interrogarlo. Jamal deberá explicar porqué conocía las respuestas, teniendo que recurrir para ello a relatar diferentes momentos de su vida, que además ayudarán a desvelar la verdadera razón de su participación en el concurso.

Al principio de la película se plantean cuatro opciones de posibles respuestas de cómo logró llegar a responder correctamente todas las preguntas: por trampa, por suerte, por genio o porque es el destino. En el transcurso del film, ésta respuesta se va a contestar por sí sola.

Lo comunicacional se puede observar en cada diálogo, en cada relación de compartir, en cada vivencia, en cada intercambio donde se producen diferentes relaciones sociales y donde quedan evidenciados diversas producciones de sentidos. La comunicación al estar inmersa en una determinada cultura, se produce un choque de significados, en donde aparecen diferentes miradas del mundo, como es el caso de Jamal y su hermano Salim. Se criaron y formaron juntos, pero tienen dos visiones diferentes de relacionarse, comunicarse y afrontar la vida.

En la película se origina un proceso constante de formación de sujetos y en este caso el más llamativo es el del protagonista: Jamal. Se puede observar como en el transcurso de todo el film él va creciendo y al mismo tiempo formándose, a tal punto que va a ganar un juego televisivo gracias a su educación. Los espacios sociales que fue recorriendo Jamal a lo largo de su vida, son los que los fueron formando y en donde fue estableciendo relaciones de todo tipo. Jamal se fue convirtiendo en un sujeto de educación, donde a través de las interpelaciones que tuvo a lo largo de su crecimiento, incorporó nuevos contenidos y fue adquiriendo más conocimientos que lo ayudaron a ser el ganador del programa más visto de la India.

Jamal sabe las respuestas porque las adquirió en el transcurso de su vida, en su mundo cultural. La realidad social por la que tuvo que atravesar Jamal, es diferente a la que tuvo que atravesar el conductor del programa o el policía, que constantemente lo agraden porque creen que hace trampa a lo largo del programa. Los mundos culturales de estos sujetos no fueron los mismos y es por eso que no llegan a producir un reconocimiento con Jamal, para poder comprender que decía la verdad. Él mismo es el que ejerce el poder porque hace durar su posición de que no hizo trampa durante el programa y lo hace para finalmente obtener su propio beneficio, y así llegar a cumplir el objetivo que se propuso: recuperar a Latika.


Jamal fue pasando por diversas instituciones (familia, escuela, especie de orfanato), las cuales fueron atravesadas por múltiples negociaciones. Estas instituciones fueron dejando marcas en Jamal, el cual le fue otorgando su propio sentido en su vida.

Los conflictos y los poderes que se ejercen traspasan todo el film. El poder en algún momento está atravesado por el conductor del programa, quien constantemente desprestigia y manipula a Jamal, utilizando la estrategia de hacerlo sentir inferior para que no gane el concurso. Pero el que va a ejercer el poder finalmente va a ser Jamal, ya que es quien decide las respuestas y quien juega con sus propias ganancias, aunque es el conductor el que se siente con el poder de ejecutar el dominio sobre el participante. Jamal despliega su poder a través de las palabras, de los saberes, de sus actos y de la toma de decisiones.

En la comisaría, el poder no lo desempeña el policía sino que lo ejerce el mismo protagonista, quien utiliza la táctica de contarle toda su historia de vida al policía para que termine creyendo en su palabra. Se podía observar que el poder comenzó ejerciéndolo el uniformado, para que luego circule y a través de la debilidad de Jamal y de sentirse inferior, encuentre sin darse cuenta las debilidades del otro, originando así una circulación del poder.

Jesús Martín Barbero, va a mencionar que “el discurso aparece como un espacio social en que se fundamentan toda una serie de jerarquizaciones en la organización de la autoridad…hay quienes hablan no para decir algo, sino simplemente para garantizar su derecho a hablar y demostrarlo” (2). El discurso de Jamal va a ser clave en todo el film. Él se defiende constantemente y va a ejercer su poder y su lucha a través de su discurso, para demostrar que no está mintiendo.

Mamam (el hombre que manda a los chicos a pedir a las calles), es quien se siente con el poder de ejercer dominio sobre los ellos y quién constantemente va a utilizar sus estrategias para que esos niños crean en él, confíen en que los ésta ayudando y que les va a otorgar una mejor vida. Por ejemplo utiliza la estrategia de convidarles una gaseosa cuando va a buscarlos al basurero, los alimenta, les da un lugar para dormir, y los evalúa en una prueba de canto con la excusa de que si lo hacen bien obtendrán sus beneficios. Logra que los chicos lo vean como un “santo”, como alguien que los sacó de la calle y les dio un hogar.

Salim se siente que pertenece a esa institución dirigida por Mamam. Tiene una participación en ella y hace actividades que lo hacen sentirse partícipe y presente en esa institución. Él va a generar una pertenencia con ese lugar por destacarse de los demás, a tal punto que va a poner en duda si defenderlo a su hermano o no. Mamam lo que hace es manipular a Salim diciéndole que puede llegar a ser como él, si continua haciendo lo que le pide.



Se puede destacar una zona de clivaje, cuando Salim va en busca de Javed (el gangster de la villa) y le dice que había matado a Mamam. Salim conoce las debilidades del gangster en ese sentido y lo utiliza para ingresar en ese mundo. Se producen diferentes redes de poder, originando una nueva ruptura cuando Salim ocasiona su propia muerte: deja que Latika se escape y se prepara para matar a Javed, sabiendo que después de hacerlo lo iban a matar a él.

Los hermanos van a luchar constantemente con la cultura establecida, porque se origina una lucha de los que se sienten poderosos contra los débiles para continuar manteniéndolos en el lugar donde pretenden que estén. Tanto Jamal como Salim, desde la cultura popular van a ir en contra de esa cultura estructurada, pero al mismo tiempo en desiguales direcciones. Aunque estuvieron inmersos dentro de la misma cultura, tomaron dos caminos diferentes, porque se manifiesta una diversidad cultural dentro un mismo sector social. Jamal, en este aspecto, va a intentar continuar con sus costumbres naturales.

Salim no intenta producir un cambio en su vida cuando tiene las oportunidades de modificarla como su hermano. Él lo que hace es apegarse a lo ya existente, a lo que conoce, a lo que piensa que lo va a sacar adelante y le va a hacer ganar dinero para adquirir más poder. Lo existente, lo que él ya conoce, le ofrece las certezas para pensar que lo que hace es para su mejor calidad de vida, aunque finalmente se de cuenta de todo lo contrario.

El llamado “jefe” de policía que interroga a Jamal, para que diga cómo supuestamente hizo trampa en el juego, no compartió el mismo estilo de vida, no compartió el mismo habitus, lo que va a implicar que el participante tenga que explicarle parte de sus vivencias para que el policía le termine creyendo. Cada posición social tiene su propio habitus, por lo tanto a cada sujeto le corresponden distintas experiencias vividas y distintos modos de apreciar y percibir la realidad.

Aunque el conductor del programa, en el momento que habla con el participante a solas, intenta comparar su historia de vida con la de Jamal (mencionando que el único chico de la villa que conoció que se convirtió en millonario es él mismo) nunca va a lograr esa igualación, ya que no compartieron el mismo habitus. El conductor no sabe lo que vivió Jamal, no conoce sus esquemas de pensar, sentir y actuar, por lo que no va a comprender que un “simple chico que da té”, este a punto de ganar 20 millones de dólares. Va a depender el modo en que cada uno se relacione con los saberes, el modo de adquisición que se le otorgue.


(1) Datos del film en:
(2) Martín Barbero, Jesús. “Procesos de comunicación y matrices de cultura” Itinerario para salir de la razón dualista. “De la transparencia del mensaje a la opacidad de los discursos”. FELAFACS. Barcelona, 1988.

Los deberes

Me mandan un alumno a la dirección y entra con un hosco gesto partiéndole en dos la frente ensombrecida.
No es necesario preguntarle nada para saber que la vida no lo acogió en el sendero de los felices. Tiene el cuerpo flaco, las rodillas ásperas, las zapatillas gastadas, el guardapolvo con remiendos, las manos nudosas y los ojos –los ojos, el espejo del alma- preñados de angustia.
No sé si la maestra ha podido ver todo eso, porque generalmente la maestra, a fuerza de ver los programas, el horario, el método, el procedimiento, el inspector y la técnica, concluye por no ver al niño.
Me lo han mandado “porque no hace los deberes ni estudia la lectura y no sirve para nada”.
Para captarme su confianza le hablo de cualquier cosa, lo primero que se me ocurre:
—Qué lástima, cómo se ha ensuciado el patio con esta humedad. ¿Viste?
—A “nosotro” nos embroma este tiempo para lustrar.
Ya está todo, ya no hace falta averiguar nada más para explicarse por qué es mal alumno.
Trabaja, lustra.
—Y cuando la lustrada está floja —me dice después de otras cosas—, los lunes y los viernes vendo pastillas...
— ¿Y tu papá, qué hace?
—A mi papá lo llevaron al hospicio; estaba loco de tanta bebida...
¡No me atrevo a preguntar más, ni cuántos hermanitos son, ni qué hace la madre, ni nada!
Me quedo doblada en dos, enmudecida, porque ya no es la primera vez que me contestan así, porque estoy cansada de comprobar que estos llamados malos alumnos no lo son por propia voluntad, sino porque la vida los maltrató primero. Ya me está dando miedo investigar, ya me está dando miedo acariciar un chico porque en seguida me abre su corazoncito, y ese corazón está siempre lleno de tragedia. Y lo peor es que el mío no se endurece a fuerza de sufrir con la pena de estas criaturas, sino que se sensibiliza más y más, a tal punto que a veces me basta sólo la fugaz mirada de un niño para comprenderlo todo!
¡No, no me atrevo a preguntar nada más! Pero tengo que justificar mi autoridad en la escuela, tengo que intentar siquiera algo para decirle a la maestra que este alumno me ha prometido cumplir con sus deberes, repasar la lectura, atender en clase.
Y después de hablar un rato, termino pidiéndole:
—Me traes a mí una copia nada más. Cortita, lo que puedas, con lápiz, como sea. Una vez por semana... y si puedes dos. Así yo le diré a la maestra que me traes a mí los deberes, ¿entendido?
Sí, me lo promete. Me lo promete y cumplirá. ¡Y yo tendré en mis manos unas hojitas borroneadas, sucias, escritas con esas manos nudosas y ásperas que lustran zapatos de los otros para poder comprarse zapatillas!
¡Primero será una copia, después el problema, luego más, más! Yo soy maestra y tengo el deber de pedirles trabajo para la escuela.
Porque si no fuera así, y me dejara llevar por el impulso de mi corazón, es probable que, cruzada de brazos delante de estos alumnos que no tienen padre, que comen mal y duermen peor, que cuentan diez años y ya saben lo amargo que es ganarse la vida, dijera:
— ¿Deberes? Ustedes no tienen que hacer deberes. Jueguen en la calle si les queda tiempo, aprendan lo malo, háganse miserables. Nada de deberes. Ustedes no tienen ni el deber de ser buenos, porque les han negado el derecho a la felicidad.
(Herminia Brumana, “Tizas de Colores”, en Obras completas [1958], Buenos Aires,
Claridad, pág. 230.)
En “Tizas de colores” presenta sus experiencias como docente primaria.
Luego de leer este cuento me sentí identificada con Herminia Brumana. Identificada porque lo que le sucedió a ella con ese alumno me pasó a mí en la escuela para adultos, con los chicos del aula integradora, pero no como docente, sino como coordinadora de ese espacio, gracias a las prácticas propuestas dentro del marco de la materia Comunicación/Educación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
Iba leyendo la experiencia de Herminia y recordé por ejemplo a César, uno de los chicos de ese aula, que en un momento comenzó a llegar tarde a clases. Venía de traje con su cuerpo cansado, pero con el espíritu alegre y siempre con ánimo para hacer las actividades con nosotros. Luego de que le pregunte la razón de sus llegadas tardes, me contestó que era porque había conseguido otro trabajo más, aparte del de portero, y que ahora vendía perfumes en la calle. Fue ahí que me dije, cómo no permitirle a los alumnos llegar tarde en un caso así. Cómo no comprender su cansancio si se levanto, de un trabajo se fue al otro y todavía llega dispuesto cada día a terminar sus estudios después de las seis de la tarde.
Cómo no entender otro caso como el de Matías, que no fue a la escuela por una semana porque le habían robado el único par de zapatillas que tenía. Cómo no ponerse por un segundo en los pies de esos chicos, como lo hizo Herminia, para poder ver que exigirles determinadas cosas ya no tiene demasiado sentido.